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El viento era efímero,
mis piernas temblaban,mis dientes chasqueaban entre ellos y supuse que alguien me enseñaría un remedio,
pero al final yo misma aprendí a cruzar con ellos los malos tiempos en jugadas del destino,
al que le gustaba hacerme cosquillas en la punta de los pies,hasta hacerme reventar de carcajadas sonoras que resonaban por todo el oscuro ambiente.
Pero aunque la luz del sol era escasa,la de mi corazón me guiaba al camino que creía que era correcto,me tropezaba entre unos y otros tantos obstáculos,
pero me volvía a levantar más veces de las que caía.

Recuerdos hechos añicos,que poco a poco se van uniendo.

Misma rutina.


Siempre salía de casa a la misma hora. Paseaba por el parque. Mismo camino, misma rutina. Era el único momento del día en el que podía dejar de pensar en ese todo. Ese todo que le daba tanto miedo. Se sentaba frente al estanque de peces como si aquellos animalitos pudieran aportarle con sus movimientos de cola y sus colores vivarachos, toda la felicidad que algún día se escapó de entre sus manos. Lloviera, nevara o hiciera frío. Siempre podrías encontrarle allí. A veces escribía, otras leía un libro, pero normalmente se dedicaba a observar a la gente. Le gustaba jugar a descubrir que se escondía detrás de un rostro, de una persona. Era un misterio increíble al que el siempre sucumbía. Entrado ya en edad, sus manos arrugadas pero firmes dibujaban la línea entre lo real y lo que va mas allá. Su voz, ruda y grave pero dulce, era capaz de conmover los sentimientos del mas frío e indecente animal. Y sus ojos, pequeños pero vivos daban a entender que aquel hombre había amado con todos los poros de su piel. Me acostumbré a verle. Sin quererlo, empezó a formar parte de mi vida, y un día no pude resistir y me senté a su lado. Me miró y sonrió, bajó la mirada y le miré. Sentí miedo y curiosidad a la vez. Volví a mirarle y descubrí que el también lo hacía. Nuestras miradas se entrecruzaron. Un soplo de aire removió todo lo que me rodeaba. Él era especial, sí, lo era. Algo nos unía como jamás nada me había unido a nadie. No hablábamos pero lo deciamos todo. Era algo increíble, algo que jamás me había ocurrido.
Cuando quise darme cuenta, él ya no estaba. Durante algunas semanas, repetimos el mismo encuentro. Me sentaba a su lado, intercambiábamos unas cuantas miradas y se iba. Se iba tan rápido que a veces tenía la sensación de que aquel hombre era algo efímero. Si no fuera porque era consciente de que era real, habría pensando que tan solo era una ilusión.
Jamás me atrevía a hablarle. pero él tampoco lo hacía. Hasta que un dia, susurre: “no hay lugar en la tierra mas bello que este.” Él me miró fijamente. No apartaba la mirada de mí. Me sentí cohibida, amenazada, pero de repente, él sonrió. Sonrió y dijo lentamente: me gustaría ser un pequeño pececito de colores.
Me quede paralizada, no sabía qué decir, qué pensar ni qué hacer. Apartó la mirada de mí y sus ojos se perdieron en el horizonte, como si pudiera ver mas allá un mundo paralelo, mágico e increíble.
Después de un buen rato bailando con el silencio y discutiendo conmigo misma que decir, le respondí: Me gustaría… ser un alcón para volar tan cerca del sol como se pudiera y sentir calor.
Volvió a mirarme. Sus ojos le delataban, estaba asombrado.
“Me gustaría ser un gran león para enfrentarme a todos los miedos que me atormentan.” Dijo hundiendo la mirada en el suelo.
Y asi pasamos la tarde. Hablando sobre lo que nos gustaria ser el la vida. Y, ¿ sabéis? Me di cuenta de que la perfección no está en lo que somos, sino en lo que queremos ser.

0 miradas tímidas al amanecer.:

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